viernes, 22 de julio de 2005

Naturaleza Muerta I: El Páramo

Me hundo, era lo único que alcanzaba a pensar Vladímir.

Recordaba haber salido de su despacho, dejando a Giulietta y Ambrosio allí, con instrucciones. Bajó a la bodega, y dejó allí otra nota para Giulietta. Después tomó otro pasadizo hacía sus aposentos y preparó una mochila con algunos objetos que pudieran serle de utilidad, como una libreta para tomar notas, algunos libros sobre las hadas, alguna estaca y varias bolsas de sangre como las de los hospitales. Allí podría alimentarse, pero la sangre de hada podia tener efectos como poco alucinógenos. Preferiría estar en plenas facultades. Salió del cuarto sigilosamente y se metió en un pequeño cuartillo usado como almacén. Movió los objetos para que pareciera mas lleno, dejando un hueco entre la pared y varias cajas y una estantería. No era perfecto, pero no sería inmediato encontrar su improvisado portal.

Recordaba haber llevado a cabo los pasos del ritual de forma impecable, ayudándose de uno de los libros que llevaba. Tomó la cajita de bronce y tal y como hiciera con el de plata poco antes en su despacho, realizó el ritual para armar el puzzle que formaban los trozos de cristal. Una vez que el espejo brillaba con el habitual tono azulado, guardó todas las cosas en la mochila, excepto la cajita de bronce, y se puso de pié con cuidado sobre el espejo. Cerró los ojos y comenzó a entonar un canto diferente, el canto del pasaje.

No funcionó. ¿Quizá era demasiado pronto para hacerlo? Los espejos tenían que pasar cierto tiempo de reposo... Respiró profundamente, y volvió a repetir el cántico y de repente notó su cuerpo sumergirse. ¿Quizá se había equivocado demasiadas veces? ¿Una entonación errónea del cántico podría tener resultados negativos, en lugar de simplemente no producir resultado alguno? Miró a su alrededor mientras proseguía su caida. Su cuerpo no respondía adecuadamente, lo de nadar lo tenía bastante complicado. Durante un rato, simplemente se dejó hundír, mientras pensaba en alguna posible solución.

De repente, sintió algo muy extraño en su pecho. Era una sensación de opresión al principio, que no supo identificar. Hasta que no la notó subir por su garganta no se dió cuenta. ¡Se estaba quedando sin oxígeno! ¿Pero cómo? ¿Como era posible? ¡Estaba muerto! No necesitaba aire, para subsistir. Su cuerpo dejó de ser un peso muerto, y comenzó a obedecer a sus impulsos, nadando hacia arriba. Braceaba con todas sus fuerzas, pero no distinguía ninguna luz que le indicara la superficie. Notó como la sensación agobiante del pecho se extendía a todo su cuerpo, que dejaba de tener fuerzas para nadar. El agobio y la desesperación le hicieron moverse caóticamente, luchando inutilmente. Finalmente, perdió la consciencia.

Se incorporó de un salto, aterrorizado. Se calmó un poco, y se cercioró de que seguia siendo un no muerto, pues su corazón no latía y no respiraba de forma inconsciente. Mientras las preguntas se agolpaban en su cabeza, terminó de levantarse. Se dió cuenta de que estaba seco ¿Tanto tiempo había estado inconsciente ahí tirado? "Ahí" era una planicie con jirones de vegetación baja, y tierra oscura. Parpadeó un par de veces, pero no conseguia que aquel extraño color rojizo. Era como si todos los colores hubieran sido pasados por un filtro rojo, como en una película. Miró a su alrededor, y vió un sol anaranjado en un cielo rojo sangre. El pánico se apoderó de él, y se escondió detrás de la primera piedra que encontró, tapándose la cabeza con los brazos.

Pasaron un par de minutos hasta que volvió a ser capaz de razonar. No se estaba quemando. Estaba al sol y no se estaba quemando. Se levantó y se volvió hacia el sol. Aún con algo de miedo, lo miró fijamente, poniendo una mano por delante, pues le dolían un poco los ojos. Cuando estos se habituaron, miró directamente al sol. Todavía sentía algo en su interior agitándose temeroso, pero sus propias carcajadas (¡miraba al sol sin sufrir daño alguno!) terminaron por tranquilizarlo.

Una vez superada la euforia inicial, siguió mirando a su alrededor. Notó que el sol subía, por tanto estaba amaneciendo, así que estableció que el sol salía por el Este, aunque no tenía ni idea de si en Arcadia (si es que estaba allí), esto era igual que en el plano "real". Al norte divisó una ciclópea cordillera oscura como el carbón, cuyos picos se escondían entre nubes rojizas. Al oeste, un camino apenas marcado en el suelo llevaba hacia lo que parecía un bosque. Hacia el sur, la planicie se extendía hacia el horizonte. Hacía el este, aparte del sol, un camino subía, y se perdía tras unas rocas a lo lejos.

Se quitó la mochila para buscar un libro con algunos mapas de Arcadia que trajo consigo. Quizá seria capaz de identificar donde estaba. Esas montañas tenían que destacar en cualquier mapa, seguro. De pronto, en el silencio que hasta ahora solo había sido interrumpido por algun ave y el sonido de la brisa, notó algo más. Algo rítmico que subía de intensidad. El galope de un caballo. Venía del este. Y se acercaba cada vez más. Supuso que tendría que aparecer por el camino que surgía entre las rocas, así que se escondió a toda prisa tras la misma roca de antes. Prefería ser precavido. Era un forastero en esas tierras, y quizá el hecho de parar a alguien a preguntar por direcciones podría no ser muy bien acogido.

El sonido del galope seguía acercándose. Incluso notaba como la tierra temblaba bajo él con cada sacudida. La bestia que se acercaba debía ser grande. Todo su cuerpo se puso en tensión conforme aquello pasaba junto a la piedra tras la que se escondía agachado.

Sintió auténtico pánico cuando el galope cesó, apenas pasada la piedra. Escuchó algo similar a un relincho, y después alguien escupiendo. Miró a los lados, evaluando las posibilidades de escape. Mientras, oía el sonido de los cascos del animal, acercándose a su escondite. De repente el ruido cesó, y todo quedó en silencio. El vampiro quedó paralizado. No sabía que hacer, pero salir a enfrentarse a lo que quiera que estuviera ahi fuera no le parecía la idea mas inteligente.

- Sal de ahí. - la voz profunda, grave, casi gutural asustó aun más a Vlad. - Sal de ahí, te digo. - esta vez la voz fue acompañada por el sonido de una hoja al desenvainar. Vlad estaba paralizado por el miedo.

Vlad saltó gritando aterrorizado de su escondite cuando una gigantestca espada se clavó contra la piedra, hundiéndose varios centímetros en esta. Si se hubiera quedado tras la piedra, posiblemente le hubiera abierto la cabeza como un melón. Sin saber como reaccionar, se limitó a mirar al jinete, asustandose aún más al ver, primero, a la montura, una enorme bestia negra, parecida a un caballo, pero el doble de grande que los que acostumbraba a ver en su plano de exitencia, con dos cuernos como los de un carnero, y los ojos anaranjadaos como la lava. La bestia resoplaba nerviosa intenando alejarse de él, pero el jinete no le dejaba. El jinete imponía tanto respeto o más como la montura. Una figura encapuchada con una especie de capa o túnica negra, que debía medir cerca de los tres metros, y muy corpulenta.

- ¿Quién eres? - preguntó secamente el titán sacando su también titánica espada de la piedra y apoyándola en el suelo- ¿Qué eres? - dijo inclinandose hacia el, intentando observarle mejor, y frunciendo el ceño y volviendo a erguirse. Repitió este gesto varias veces.

- M-m-me llamo V-V-Vladímir – dijo como pudo – y soy … soy.. er... - se sentía estúpido – soy un... ¿vampiro?.

- Un vampiro... - el interés del troll pareció genuino – nunca había visto uno, aunque había oído hablar de esas criaturas. Eso explica el olor. ¿Qué haces aquí? Este no es tu plano.

- La v-v-verdad, sería un poco largo de explicar. He hecho uso de magia feérica para llegar hasta aqui. Me estoy ocultando temporalmente, alguien en el sitio de donde provengo quiere verme muerto. - consiguió vencer un poco al miedo, y preguntó - ¿Sabes donde podría conseguir un refugio?

- Estás de suerte, Vladímir el Exiliado. - Pareció sonreir – creo que puedo ayudarte. No tienes porque pasar por lo que pasé yo – dijo mirando hacia el oeste con un punto de nostalgia en la mirada.

- ¿A que te refieres? - no podia negar que se alegraba recibir ayuda, aunque aquel personaje aún le imponía mucho respeto.

- Yo también tuve que abandonar mi lugar de origen, pero a mi nadie me ayudó. Vamos, hacia el oeste – ordenó a la montura que emprendiera la marcha – Te llevaría, pero tu hedor enerva a Tarso. No aceptaría cargar contigo.

- No, no te preocupes, puedo caminar, y correr relativamente rápido... - comenzó a caminar - … ¿como dijiste que te llamabas?

- Gassell.

Horas más tarde, un rojiz o sol caía verticalmente sobre Vladímir, que caminaba todo lo rápido que podía, algunos metros por detrás de Tarso y Gassell, que se giró.

- ¿Necesitas descansar, Exiliado?

- No, no, continuemos. ¿Queda mucho para llegar a nuestro destino?

- A este paso, no llegaremos hoy, quizá mañana al aterdecer.

Vlad quedó en silencio. Quedaba un día largo por delante. Sería cuestión de amenizarlo con algo de conversación.

- ¿Cómo es que entiendes lo que digo, y yo entiendo lo que tu dices? ¿Existen aquí los mismos idiomas que en mi plano?

- ¿Me preguntas a mí? Tu eres el que sabe usar nuestra magia.

El vampiro quedó pensando unos minutos. Cuanto más pensaba, más precipitada y descuidada le parecía la huida que había emprendido. No había tenido en cuenta la barrera del idioma, pero por suerte parecía haberse solucionado sola. Había tenido también muchísima suerte con el asunto de la luz solar, pero no había tenido en cuenta que su olor natural fuera repulsivo para las hadas, y eso que había leído algo sobre el tema. Presentía que a la larga le traería problemas, teniendo en cuenta que su objetivo era pasar desapercibido. Cuando pararan, consultaría alguno de los libros en busca de algo que pudiera paliar la situación. Entretanto, bordearon un pequeño bosquecillo, siguiendo siempre hacia el oeste.

- ¿A dónde vamos, concretamente? - preguntó el cainita, esperando no importunarl troll.

- A mi antiguo hogar, Cliatha. Un pueblo no muy grande, pero podremos refugiarnos por allí.

- Pero decías que tu también te exiliaste. ¿Qué pasó? - aunque no pudo verlo el rostro del jinete se ensombreció.

- Una larga historia, Exiliado, y que no me resulta agradable de contar.

El silencio del jinete se tornó incómodo para Vladímir. Había tocado un punto sensible. Extraordinario comienzo. Por no importunar más, permaneció en silencio, observando por donde pasaban. Tiempo después, llegaron a un riachuelo. El jinete detuvo la marcha, y desmontó, dejando que la bestia se acercara a beber, haciendo su jinete lo mismo, en absoluto silencio. El vampiro prefirió mantener una distancia prudencial.

Gassell abrió un morral que había sujeto a la silla de montar, del que extrajo lo que parecía ser comida y algo parecido a una bota. Tomó tambien algo que Vlad no alcanczó a distinguir y se lo dió de comer al animal. Extendió el brazo con los alimentos hacia el vampiro, que los rechazo con un gesto de la mano. Gassell, sin articular palabra, se sentó en una piedra cercana y comenzó a comer.

Sin más remedio que esperar a que el troll terminara su almuerzo, Vladímir se sentó en el suelo, y sacó un par de libros de la mochila. Buscó durante unos minutos hasta que encontró lo que parecía ser la solución a sus problemas más inmediatos. Releyó el pasaje para cerciorarse un par de veces, dejó el libro y fué hacia la orilla del río. Se quitó toda la ropa, y se metió en el agua. Se sumergió, y hundió las manos en el lecho del río, sacando lodo del mismo, para lanzarlo hacia la orilla. Tras repetir la operación varias veces, salió del agua, bajo la antenta mirada del troll, y comenzó a frotarse el cuerpo y el pelo con el lodo.

Una vez terminó, volvió a vestirse, y se lavó las palmas de las manos en el río. Para probar si lo que habia hecho tenia efecto, se acercó a Tarso poco a poco. Al principio éste parecía reticente, pero no mostró hostilidad alguna. Vladímir consiguió acercarse a apenas dos pasos del animal.

- ¿Crees que dejará que me suba en él? - preguntó

- Es cuestión de probar. - Gassell dió un ultimo trago a la bota, se levantó y guardo todo en el morral. Sacó una pequeña oblea marron oscuro, y se la acercó al animal. - Recoge tus cosas y monta mientras se la doy, te ayudaré. El vampiro obedeció, y con el impulso del troll, consiguió montar sin mayor problema. Se asentó algo más atrás, y Gassell montó seguidamente, ordenando al animal emprender la marcha.

- ¿Hay algun río cerca de Cliatha? - inquirió el cainita subiendo la voz por encima del trote del animal. - ¡Tendré que hacer esto un par de veces al día para camuflar el olor!

- ¡Si, no habrá problema por eso! - dijo el troll, ordenando al animal acelerar el galope.

Horas más tarde, ya anochecido, Gassell detuvo a Tarso cerca de una zona rocosa con arbustos altos. Amarró las riendas del animal a un árbol, y comenzó a buscar ramas secas y hojarasca.

- Hubo un tiempo en el que era el mejor guerrero de éstas tierras – comenzó a narrar el troll, ante la sorpresa de Vladímir, que le ayudaba. - Luché junto a mi señor en batallas duras y crueles, hace yá décadas, en las que murieron miles, de ambas partes. - paró para romper una rama de un arbusto – Era el mejor, guerrero, y defendía con celo los intereses de mi señor en la guerra. Maté a casi un millar de sus enemigos sin dudar. No perdoné la vida a uno solo, pues sólo muerto un enemigo deja de ser enemigo. - El vampiro estuvo a punto de hablar, pero dudó

– En contra de lo que pudieras pensar, no fui colmado con riquezas, gloria y renombre. Me llamaron asesino, depravado y salvaje por mis métodos. - Rompió otra rama. - Gané batallas para él y me repudió. Más aún. Ordenó darme muerte, por considerarme un peligro, un asesino vicioso, sediento de sangre. Por eso me exilié. Huí de mi hogar, donde todos me dieron las espalda. Donde mis antiguos compañeros de armas trataban de traicionarme. También los maté. - rompió otra rama.

- ¿Y porqué regresas? - Vladímir estaba atónito, y la curiosidad le impidió cerrar la boca - ¿Acaso ha sido anulada la orden de tu señor de matarte?

- No. Ni mucho menos. - de rodillas en el suelo, intentaba encender una hogera. Vladímir se alejó - Milesia. Mi prometida. Vuelvo por ella. Fué la única que no me traicionó ni me dió la espalda. Ella me pidió que me fuera, pues prefería saberme vivo aunque lejos antes que muerto. Por lo que sé, fue obligada a recluirse en un templo, para alejarla de la vida pública. No querían que su presencia les trajera mi recuerdo.

- ¿Qué harás cuando la encuentres? - Vlad estaba excitado, en parte por estar metido de lleno en una de esas viejas historias de caballeria que leía de pequeño, y por el fuego, al que procuraba no mirar.

- Le pediré que huya conmigo. Y mataré a cualquiera que se interponga en mi camino. - soplo al pequeño fuego para que prendiera la hojarasca. Se acercó a Tarso, tomó de nuevo los alimentos, los ofreció al vampiro, que los volvió a rechazar, y se sentó cerca del fuego para cenar. - ¿Por qué no comes? - inquirió serio el troll.

Vlad contó lo mejor que pudo al troll su forma de alimentación, enseñandole una de las bolsas de plasma que tenía en la mochila. También le explicó sus problemas con el fuego y la luz solar, mientras su compañero atendía mascando la comida. Divagó contando por encima el porqué de su viaje a Arcadia, las luchas de poder, Ambrosio, Giulietta, y algunos detalles más, pero sin extenderse para no importunarle.

- Interesante – dijo el troll, lacónico, cuando el vampiro terminó. - Finalmente, llegaremos a lasafueras de Cliatha poco después del amanecer. Necesito descansar, el día de mañana será intenso.

- E-está bien – Vlad se quedó algo incomodo, por la escasa respuesta a su relato. - Descansa pues.

A los pocos minutos, el troll estaba profundamente dormido. Vladímir aprovechó para sacar la cajita de plata de la mochila, y realizó todos los pasos necearios para rearmar el espejo. Susurró unas palabras al mismo, y vió como la imagen se hacía turbia, pasando despues a mostrar poco a poco una imagen más familiar. Eran los aposentos de Ambrosio, en La Salle. Vió como el ghoul se asomaba al espejo. Vladímir le saludó con la mano, pero el humano parecía no verle. Trató de coger el espejo con la mano, pero lo soltó. Por lo que vió Vladimir, parecía que se hubiera quemado la mano. Susurró de nuevo al espejo, y volvió a verse a sí mismo. Volvió a susurrar, la imagen se enturbió de nuevo, pero la imagen resultante le mostró nada distinguible, estaba todo oscuro.

Repitió el proceso otra vez, sin resultado. Desistió, lo guardó todo, y se tumbó a descansar, aunque se le hizo raro “descasnsar de noche”. Con éste como compañero, mis problemas aqui no han hecho sino empezar, pensó, poco antes de caer en un estado de semiinconsciencia.

jueves, 21 de julio de 2005

Huida repentina

Giulietta se alegraba de haber matado a Samuel, si no lo hubiera hecho Vladimir le hubiera interrogado, y estaba segura de que no protegería a una traidora...

- Cuando me comentaste que sentías que alguien te acechaba hablé con algunos contactos y alerté a Dorian, no te dije nada para no preocuparte, - sus manos se posaron en los hombros de Vladimir - hace unas horas recibí una llamada, al parecer alguien quiere verte muerto. Me dijeron que un asesino estaba aquí para acabar contigo, y al recordar que Dorian mencionó a un recien llegado a la ciudad vine corriendo... - se separó del cainita, tomó asiento en una silla cercana.

Vladimir, apoyado en el gran escritorio atendía, entre sorprendido y resignado. Confirmadas sus sospechas, solo quedaba ver qué podría hacer para evitar ser asesinado, y saber con quién podría contar para ello.

Hasta que no muera no le dejarán en paz... Giulietta permaneció en silencio unos segundos, pensativa, antes de continuar:

- Tienes que desaparecer por completo, no dejarán de perseguirte hasta que te olviden o te den por muerto.

Un vástago nunca olvida a una presa... pensaba el arzobispo, mirando a Giulietta con media sonrisa en la cara, aunque sus ojos le delataban, tenía la cabeza en otro sitio.

- ¿Qué estas pensando? - preguntó la mujer - ¿Se te ha ocurrido algo?

Vladímir asintió con la cabeza y se dirigió a una de las estanterías a espaldas de su escritorio. Tomo de ella una cajita de madera labrada, la abrió sobre el escritorio y sacó de ella una pareja de espejos ovalados, apenas mas largos que su dedo índice, con los bordes de plata. Miró a Ambrosio e hizo un leve gesto con la mano. El humano obedeció y se acercó al escritorio, quedando de pie frente al mismo, a la derecha de Giulietta.

- Giulietta, necesito que te levantes, colocate a la misma altura que Ambrosio. - La cainita, que observaba la escena algo extrañada, se colocó en posición sin hacer preguntas. En cierto modo tenía curiosidad por ver que nueva locura había pergeñado el Arzobispo, aunque se sentía algo incómoda por los espejos.

El Arzobispo puso un espejo frente a cada uno de los otros. Abrio la cajonera de la mesa, y extrajo la cajita de plata, de la que sacó una gasa blanca, que seguidamente extendió. Giulietta se sorprendió cuando el cainita comenzó a formar el puzzle de trozos de espejo.

- ¿Qué es todo ésto? Vladímir... ¡estamos en medio de un asunto muy serio! - cerró los puños y se inclinó hacia delante. - ¡No hay tiempo para jugar con las hadas!

El Arzobispo se limitó a levantar el dedo indice hacia la cainita, pidiendole que guardara silencio durante un momento, sin siquiera levantar la cabeza del puzzle, que resolvía poco a poco. Varios segundos mas tarde, comenzó a hablar:

- ¿Qué propones que hagamos? No conozco a mi enemigo, por tanto no puedo enfrentarme a él. Debo esperar y averiguar mas para poder encararlo. Mientras tanto... ¿donde podría esconderme? Esta ciudad no es lo suficientemente grande, y soy demasiado popular aqui, como para esconderme. Además... ¿de quién podría fiarme, aparte de vosotros dos? - Giulietta se sintió aliviada, el arzobispo parecía no saber nada de su implicacion en la trama.

- Parece ser que quien me quiere muerto me conoce. Y si me conoce a mi, te conocen a tí. Si quieren ir a por el Arzobispo, darán con el Obispo en el proceso. - Giulietta intentó hablar, no entendia muy bien por donde iba Vladímir. - Lo que quiero decir, es que es necesario poner tierra de por medio... - volvió a mirarla.

- ¿Piensa el señor volver a Moldavia? - preguntó Ambrosio.

- No, Ambrosio, sería demasiado obvio. - siguió cabizbajo, ocupado con el puzzle, que estaba casi resuelto. - Sería el primer lugar en el que buscarme, si desaparezco de aqui. Necesito poner más espacio de por medio. Y lo mas importante, necesito estar ilocalizable. - miró a ambos cuando colocó la última pieza de cristal - Incluso por vosotros. - su cara se iluminó con un leve fulgor azul proveniente del espejo, que se intensificó. - las piezas no solo encajaron en la mesa, sino también en la cabeza de Giulietta.

- Piensas... ¿piensas poner en práctica lo que has estado estudiando sobre las hadas? - su tono de voz expresaba exactamente lo que estaba pensando, está rematadamente loco. El Arzobispo sonrió, consciente de ello.

- Si, creo que es la mejor alternativa ¿no crees?

- ¡Estas loco! - Giulietta dio con la palma abierta en la mesa - tengo propiedades en las que podriamos esconderte. Conozco gente que podria ayudarte - Giulietta se sorprendió de lo creíble que parecía su actuación, el papel de amiga preocupada le salía bien. Cuanto más lo pensaba más le convenía el plan de Vlad, en Arcadia, el mundo de las hadas, sería casi imposible encontrarle, así podría fingir su muerte como había planeado. Aunque seguía siendo una opción bastante arriesgada.

- Ya te lo he dicho, cuando vuelvan, serás el blanco más obvio. Y lo siento, pero ¿podríais mantener el secreto incluso bajo tortura? Es mejor no arrisegarse. - Giulietta se mostró ligeramente ofendida, aunque comprendía el razonamiento del vampiro - Además, si les decis que me fui con las hadas, puede que no os crean y os sigan torturando hasta mataros, o quiza os tomen por locos y os dejen en paz. En cualquier caso, yo seguiría a salvo. - la frialdad y crueldad de las palabras del Arzobispo sorprendió a la cainita.

- ¿Y si se creen que estás en Arcadia? ¿O si lo averiguan ellos? - pensó que intentar razonar con el Arzobispo era como hacerlo con un niño pequeño, pero aún así, debía asegurarse de las posibilidades que había de que lo encontraran, ya que si esto ocurriera su coartada se vendría abajo y no tardarían en acabar con ella.

- Pues tendrán que averiguar como venir a buscarme. Vosotros no sabeis como hacerlo, y si encuentran todo esto, todavía tendrán que aprender como lo hice yo. O contactar con algún especialista. En cualquier caso, ganaremos tiempo. - Con absoluto convencimiento, entonó una pequeña cancion, apenas susurrada, mientras Giulietta se giró y dio un par de pasos en redondo, nerviosa y pensativa. Las piezas del espejo se unieron de nuevo en una sola y el fulgor aumentó de intensidad.

Vladimir siguió entonando la canción, tomó los espejitos, y los llevó hacia el espejo grande. Ambrosio quedó boquiabierto al ver como los brazos del Arzobispo se hundían hasta los codos en el espejo, como si fuera un manantial. El fulgor azul aumentó de intesidad, mientras el arzobispo seguía entonando ininteligibles mantras con los ojos cerrados.

Poco a poco, sacó los brazos del espejo, abrió las manos hacia arriba, ofreciendo un espejo a Giulietta y otro a Ambrosio.

- Poned vuestras manos sobre las mías. - pidió el cainita.

Ambrosio obedeció temeroso, colocando su mano izquierda sobre la zurda del arzobispo. Giulietta tardó algo más en seguirle el juego, colocando la diestra sobre la mano libre del arzobispo. Éste último comenzo a entonar otro mantra, y todos notaron como los espejitos aumentaban de temperatura. Tras unos instantes, Vlad calló, y los espejos volvieron a su temperatura habitual. El fulgor azul desapareció, y el espejo volvió a estar fracturado.

Giulitta observó el espejo que Vlad dejó en su mano. Era el mismo de antes, pero parecía distinto. Intentó mirarse en él, y como siempre, sin resultado. No sabía porqué, había pensado que quizás la "magia de las hadas" podría haber obrado un pequeño milagro y ver por fin su rostro reflejado... ilusa...

- ¿Piensas explicarnos todo esto? - preguntó al cainita sin apartar la mirada del espejo, estudiando los bordes labrados en plata.

- Tened estos espejos siempre encima, o muy cerca. Creo que lo que he hecho servirá para que pueda comunicarme con vosotros desde Arcadia.

- ¿Crees? - Giulietta levantó una ceja escéptica al preguntar al arzobispo.

- Si, esto está siendo un poco acelerado, y quizá debería haber esperado un poco para usar el espejo - señaló el espejo grande - y porqué no, practicar un poco más lo que acabo de hacer. - Comenzó a recoger las piezas del espejo.

- ¿Y si no funciona? ¿Y si falla algo? - inquirió Giulietta. El plan de Vlad tenía tantos agujeros que estaba por echarse a reir.

- La cosa se complicará un poco, supongo. -terminó de recoger y se rascó la cabeza, mirando a Giulietta.

- ¿Supones? - frunció el ceño negando con la cabeza- Realmente estás como una cabra...

- ¿Crees que eres capaz de convencerme para hacer otra cosa? - preguntó sonriente el Arzobispo, escribiendo una pequeña nota en un papel. Giulietta bufó de rabia.

- Mmmm... no, no lo creo... - Miró al mayordomo - ¿y él?

Vladimir le dio la palabra a Ambrosio haciendo un gesto con la cabeza.

- Es mi deber obedecer a mi señor - respondió el humano - Si él considera que esta es la mejor forma de actuar, no puedo hacer otra cosa que apoyarle. Ha sido siempre así, y será así siempre. - se guardó el espejito en el bolsillo interno de la chaqueta.

Giulietta se encogió de hombros y con resignación guardó el fragmento de espejo.

- En mi ausencia tendrás que hacerte cargo del arzobispado... finalmente lo has conseguido - hizo un guiñó a la mujer mientras doblaba la nota.

- Quedaos aqui. Léela dentro de veinte minutos - Vladímir extendió la nota doblada a Ambrosio. - tomó la caja de bronce, la de plata, y un par de libros. - Ahora, si me disculpais, tengo que preparar un par de cosas antes de irme.

- ¿No vamos a presenciar el ritual? - preguntó Giulietta, mientras Vladimir abría el mismo pasadizo a traves del cual Samuel apareció apenas una hora antes.

- No, cuanto menos sepais, más me ayudareis a esconderme. - Miró a ambos y se quedó mirando a Giulietta - nos veremos pronto. - desapareció por el pasadizo, que se cerró a su espalda.

Giulietta fue hacia el pasadizo e intentó abrirlo sin resultado. Salió del despacho con paso decidido. Ambrosio la miró extrañado, pero no la siguió, debía obedecer a Vladímir.

Ahora que todo aquello era suyo empezaba a dejar de importarle el hecho de que nadie pudiera saber lo que ella sabía del arzobispado, sistemas de seguridad, pasillos ocultos... así que atravesó la Salle hasta llegar a donde el pasadizo que Vlad había tomado llevaba. Sin embargo, cuando llegó no había rastro del vampiro, y demasiadas puertas daban a la sala -un cruce de cuatro pasillos - como para que diera tiempo a encontrarle. Volvió al despacho, se sirvió una copa de vitae, y se sentó en el sofá, bajo la atenta mirada de Ambrosio.

- ¿No piensas abrir la nota? - preguntó al humano tras vaciar la copa.

- Aún no han pasado veinte minutos, señora.

- Claro, claro, has de obedecer a tu señor - dijo con sarcasmo, mirando alrededor suya.

Los minutos pasaron lentos para la cainita, hasta que finalmente Ambrosio consultó su reloj y abrió la nota, bajo la atenta observación de Giulietta.

"El portal está en la bodega. No se lo digas a Giulietta. Cuídate."

- ¿Y bien? - preguntó la cainita. Sospechó cuando el humano la miró de reojo.

- Es una lista de asuntos que debo atender en la ausencia de mi señor, nada imporante.

Giulietta se levantó. Un humano mintiendole era malo. Si además lo hacía mal, peor... para el humano, claro. Tomó a Ambrosio por la muñeca y apretó hasta que éste cayo de rodillas al suelo entre quejidos. Lo apartó y leyó la nota. Levantó a Ambrosio con un solo brazo, y le llevó a la bodega.

Cuando llegaron, no habia rastro del vampiro, de ritual alguno, ni nada semejante.

- Señora, una nota para vos. - dijo Ambrosio señalando un trozo de papel en el suelo.

Giulietta tomó la nota mirando al humano la leyó:
"Para cuando leas esto, ya me habré ido. En la bodega no está el portal, como habrás comprobado. O sí, quién sabe. Ten mucho cuidado y cuida un poco de Ambrosio. Vlad."

La cainita releyó varias veces la nota, arqueando una ceja. ¿Tanta notita para nada? Miró a su alrededor, y volvió a mirar la nota. Se dio cuenta de que había algo escrito en letra pequeña en el pie del folio. Sus ojos se abrieron de par en par al leer lo que decía:
"¿En quien puedes confiar?"

miércoles, 20 de julio de 2005

Cumplir la misión


Samuel caminó calle abajo, y unos minutos mas tarde, se encontraba en La Herencia, donde el camarero le saludó.

- Vaya, otra vez tú por aquí, ¿que va a ser, lo de siempre?

- Si, por supuesto, lo de siempre. Je, casi podrías decir que soy ya un "habitual".

- Claro, vienes todas las noches desde hace una semana. Y las caras nuevas resaltan por aquí, ya me entiendes. - dijo, sirviendo una copa de rojo vitae.

Samuel se limitó a sonreir al camarero y a beber de su copa. Normalmente no permitiría a un humano vivir haciendo tantos comentarios sobre sus costumbres. Pero había sido un buen día, y la satisfacción por el deber cumplido salvaron la vida del chaval, al menos por esa noche. Pensó en los siguientes pasos a dar. La Salle no le supondría complicacion alguna, y si afinaba bien su plan, podría marcharse de la ciudad con el trabajo hecho antes de que en la pension donde había improvisado su refugio le reclamaran el segundo pago por la habitación que ocupaba. Ahora solo tenía que esperar...

Mientras tanto, en La Salle, Vladímir trbajaba febrilmente. Había conseguido finalmente dominar el ritual de apertura del portal. Ahora necesitaba ir más allá. Cruzarlo. ¿Porqué no?, se preguntó a si mismo. Durante las noches anteriores siguió investigando un poco más, mientras trazaba un pequeño plan y una lista de lo que necesitaría para visitar Arcadia. Siguiendo las instrucciones, indicó a Ambrosio que comprara varios objetos que necesitaría para y durante el viaje. Necesitaría dos espejos, uno para poder cruzar el portal en un sentido, y otro para hacer el viaje en sentido contrario.

Se encontraba precisamente trabajando en ese momento con los espejos. Eran idénticos, rectangulares, de aproximadamente veinte por cuarenta centímetros, lo justo para que cupieran sus pies juntos, y un poco más. Provenían inicialmente de un mismo espejo, que él mismo habia cortado tras realizar un pequeño ritual que había aprendido en los libros, para "preparar el cristal mundano para tornarse mágico".
El siguiente paso fue realizar otro pequeño ritual con ambos espejos, "hermanos, aunque separados, para que no olviden que son uno". Algunos ingredientes habían sido algo complicados de conseguir, pero tenia contactos y recursos suficientes para conseguirlos. Eso, y una determinación enfermiza.

Al rato, Samuel vio entrar a un mujer morena con gafas de sol en La Herencia, seguro que es ella, pensó. Giulietta se acercó a la barra y tras intercambiar unas palabras con el camarero le entregó una carpeta y salió de la cafetería tan rápido como había entrado.

Terminó la bebida y se acercó a hablar con el camarero.

Vlad observaba con satisfacción una de las piezas en las que había cortado uno de los espejos, en forma de lágrima, sosteniéndola en su mano. Observó ambos espejos, convertidos en auténticos puzzles, cada uno reflejando su rostro al menos una docena de veces. El corte del cristal lo había realizado tambien con un pequeño ritual, imbuyendo una pluma de cuervo de un poder especial que lo convertía en la herramienta más precisa y rápida que pudiera cortar el cristal, tal y como el que la usara lo veía en su mente, guiando su mano para que el corte fuera perfecto y evitando que el cristal se partiera. Estaba maravillado, pero debía continuar, ya faltaba muy poco.

De vuelta en el castillo Giulietta esperaba en el despacho a que Dorian regresara con información sobre el enviado. Cuando fue a dejar la carpeta el joven se quedo en los alrededores esperando a que el vampiro fuera a recoger la información.

Al parecer Dorian llevaba varios dias siguiendo de lejos a un recien llegado, algunos de sus contactos en la ciudad le habían confirmado que era un vampiro, aunque hasta que no le vio salir de la Herencia con la carpeta no creyó que realmente fuera él el enviado. Le había visto varias noches por los bajos fondos y la zona de marcha, se hospedaba en el hotel Doñana, ¿porque todas las sanguijuelas se hospedan siempre en el mismo sitio?

Giulietta prestó atención, la descripción fisica que Dorian le había dado no le recordaba a ningún miembro de su sociedad, aunque teniendo en cuenta la indumentaria tan llamativa que llevaba seguro que se trataba de un disfraz. En pocos minutos la cainita se cambió de ropa y cogió su estoque favorito del armero. Era de esperar que el enviado intentara cumplir su misión lo antes posible ahora que tenía la información que Giulietta había recopilado, y teniendo que aún faltaban muchas horas para el amanecer era probable que el ataque se produjera esa misma noche.

- Has hecho un buen trabajo, - dijo a Dorian mientras salía - a partir de aquí seguiré yo.

Se internó en la oscuridad de la noche y se dirigió con cautela al hotel Doñana. Ahí es donde se encontraba la última vez que le vió Dorian, y de eso hacía menos de una hora, seguramente estaba en su habitación revisando la información... ahora solo queda esperar. Oculta en las sombras de un callejón cercano al hotel, Giulietta permanecío alerta, a la espera de que el asesino hiciera la primera jugada.

Tras realizar otro pequeño ritual "para que las piezas de cristal tomen consciencia por si mismas", cada cristal comenzó a brillar con un tenue fulgor, diferente para cada uno. Despues entonó una alabanza de "armonización", y el color del fulgor se unificó, siendo rojizo para uno de los espejos, y verdoso para el otro.
Sintió un leve calor en sus manos al coger las piezas, sonriendo al comprobar que todo marchaba tal y como había leído y como los cristales de cada espejo resonaban en la misma frecuencia, siendo frecuencias distintas para cada espejo.
Intercambió la mitad de los cristales entre los dos espejos, y verificó riendo que el encaje era perfecto. Era parte de otro ritual, para que "aun estando fragmentados, los dos espejos vuelvan a ser uno". Finalizó dicho ritual con otra alabanza de "armonización mayor", consiguiendo ahora que el fulgor se unificara en un tono azulado, idéntico para ambos espejos, comprobando además que la frecuencia del sonido fuera la misma. Celebró su éxito, bebiendo una copa de vitae.

Un par de horas después le pareció ver a una figura moverse furtivamente en uno de los laterales del hotel, Giulietta se acercó lo suficiente como para confirmar sus sospechas, la figura avanzaba con cautela en dirección a La Salle con Giulietta siguiendo sus pasos en la distancia.

Habían llegado al recinto del arzobispado, la oscura figura se detuvo bajo la ventana de una de las habitaciones contiguas al despacho y en pocos segundos entró sin dificultad.

Vlad estaba recogiendo el despacho. Entonando un suave mantra, separó las piezas uno de los espejos, y las envolvió todas en una gasa blanca, que guardó en un cofrecito de plata. Tanto la gasa como el cofrecito habían sido tratados anteriormente, al igual que la gasa negra y el cofrecito de bronce que usó para guardar de la misma forma el otro espejo. Ambos espejos debían permanecer así durante un día completo, para que el ritual funcionara definitivamente.

Guardó los cofres en cajones separados de diferentes muebles de su despacho. Permaneció de pie frente a la mesa, observando unos documentos relativos al Arzobispado. Vió su teléfono móvil al lado y pensó en llamar a Giulietta, pero creyó que sería mejor trabajar un poco, para variar.

Justo en ese momento, escuchó un leve siseo a su espalda. Saltó longitudinalmente sobre la mesa de su despacho, buscando protección, pero no pudo evitar ser alcanzado y recibir un par de cortes en el brazo izquierdo que dolieron más que lo que cualquier arma mundana debería, se giró ligeramente y vió como dos formas negras surgían de uno de los pasadizos que usaba para salir clandestinamente de su despacho, seguidas de una figura humana, un vampiro.
Antes de reconocer al asaltante, mientras cogía una estaca que guardaba en la cajonera de la mesa, se dió cuenta de que por la puerta de entrada del despacho aparecía aceleradamente Giulietta, llamándole a gritos, seguida de un preocupado Ambrosio. El sombío atacante se giró hacia la entrada quedando paralizado al ver a la mujer, la había visto antes, hacía unas horas en la Cafetería de la Herencia, si ella era quien había incumplido su misión al dejar con vida a Vladimir... ¿que hacía ahí ahora? ¿acaso venía a ayudarle?. La certera daga que la vampira le lanzó mientras corría hacia él fue la respuesta. Cuando ya casi la tenía encima disparó sin dudar dos veces sobre la vampira con un arma corta, derribándola y frenando su avance.
Al presenciar aquello, Vlad se dejó llevar por su instinto, y notando como sus musculos se tensaban y sus colmillos afloraban, se abalanzó en medio de una neblina roja sobre el asaltante, que utilizó de nuevo los zarcillos de sombra para bloquear la mano que intentaba clavarle una estaca y hacer una presa sobre el cuello del Arzobispo, para evitar ser mordido.
Giulietta se levantó del suelo y reinició la carrera mientras Ambrosio observaba la escena atónito. Estaba entre dioses, poco podía hacer para ayudar a su señor. La mujer desenvainó el estoque y avanzó hacia el vampiro desde detrás de Vlad, para evitar más disparos.
Solo cuando se vió con el avance y los movimientos bloqueados por los zarcillos de sombra, consiguió Vlad volver en sí lo suficiente como para distinguir a su oponente. Era Samuel, el joven neonato que se le había presentado hacia apenas unas noches. Todo encajaba. Le había estado observando y vigilando, para tener un ultimo gesto, dando a la víctima la posiblidad de conocer a su verdugo.
Le miró fijamente a los ojos, y el lasombra pudo ver como los del Arzobispo se tornaban amarillos. Se sintió ligeramente mareado, y vió un relámpago amarillo salir de los ojos del malkavian antes de que todo se volviera negro.
En un segundo, recobró la vista. Pero se encontraba en una llanura de verdes pastos, y podía ver el sol... aunque aún podía escuchar los pasos de Giulietta acercándose y el forcejeo del malkavian con sus zarcillos de sombra. Se restregó los ojos con las manos, parpadeó, y lo que vió le gustó incluso menos: la verde llanura se iba cubriendo desde su origen, cerca del horizonte, de una marea amarilla que avanzaba hacia él. Pestañeo de nuevo, y casi la tenía encima. Pudo distinguir lo que componía la marea... ¡patos! Patos pequeños y amarillos, que saltaban y corrían hacia él, abriendo sus picos desenfrenadamente. Picos llenos de ¡dientes! Se dio la vuelta y echó a correr llanura abajo, tratando de evitar tan triste destino.
De vuelta en la realidad, Vlad se liberó de los zarcillos, al estar su artífice ocupado en otras cosas. Miró los cortes en su brazo, y se encargó de terminar de cerrarlos, mientras Giulietta se acercaba.
- ¿Qué le has hecho? - inquirió la mujer, estoque en mano.
- Digamos que no puede fiarse de sus ojos. Su cuerpo ha quedado paralizado al no poder su cerebro encontrar correspondencia entre lo que ve y el resto de los sentidos. Permanecerá así un rato más, el tiempo justo para preparar un interrogator... ¡EH!
La cabeza de Samuel rodaba por el suelo mientras Giulietta limpiaba el arma. Había conseguido salvar a Vladímir, al menos de momento. El cainita la agarró del brazó de forma brusca.
- ¿Qué demonios has hecho? ¡Ahora nunca sabré quien le envió! - rugió.
- ¡Escucha! Éste solo ha sido el primero - replicó enérgicamente la cainita soltandose de Vlad - Vendrán más pronto, si no están ya de camino.
- ¿Pero quíen los manda? ¿Qué sabes tu de esto? - le irritaba no sólo no obtener respuestas, sino que surgieran mas preguntas.
- He conseguido desvelar su plan con el tiempo justo para venir a ayudarte, - dijo seriamente- si hubiera aparecido mas tarde no se que podría haber pasado - acarició el rostro del arzobispo- tenemos que prepararnos para cuando lleguen, pero necesitas esconderte, dejar de ser un blanco fácil. Y ya ves que la seguridad del Arzobispado deja bastante que desear...
Vlad hizo una mueca de reproche y miró hacia el pasadizo por el que Samuel había entrado. Giulietta tenía razón al respecto. Quizá una temporada fuera le viniera bien, después de todo.

miércoles, 13 de julio de 2005

El enviado

Hacía ya varios dias desde la última visita de Giulietta a Vladimir... éste había intentado localizarla un par de veces cuando se extrañó de que la mujer no diera señales de vida, pero lo mas parecido que obtuvo a una respuesta fué una disculpa de Dorian, ya que su señora no podía ponerse. Desistió, por tanto, suponiendo que estaría ocupada con los asuntos de Arzobispado, encerrada en el sótano haciendo lo que fuera que hiciera allí, o en cualquier otra historia, y que ya contactaría con él cuando fuera menester. No se preocupó más, pues los libros algun asuntillo que surgiera, siempre que no le exigiera salir de La Salle, ocupaban la mayor parte de su tiempo.

Una noche como otra cualquiera, llamaron a la puerta. Ambrosio acudió como de costumbre, suponiendo que era a Giulietta a quien encontraría al otro lado, por eso se sorprendió tanto al ver a un desconocido al abrir.

- Buenas noches, nombre es Samuel y vengo a presentarme al arzobispo de la ciudad.

- Buenas noches, caballero. Me temo que no es posible, el señor arzobispo se encuentra ocupado, y no podrá atenderle esta noche.

- Pero, verá, hace poco que he llegado, anoche mismo, y no conozco el lugar. Esperaba que el señor Arzobispo pudiera guiarme...

El tono lastimero del joven ablandó a Ambrosio, quien pensó que con el cambio de régimen de la ciudad, esta escena se repetiría a menudo. El chico parecía joven, y su actitud, asustadiza y entusiasta al mismo tiempo, así lo hacía ver, quizá incluso hacía poco que había sido abrazado...

- Bueno, espera aquí un segundo, iré a preguntar.

- Gracias - respondió dubitativo el chico, parecía a punto de disculparse. El Humano volvió pasados unos minutos.

- Puedes pasar. El Arzobispo puede dedicarte unos minutos.

- ¡Oh, muchísimas gracias! - dijo entusiasmado. En breve estuvieron frente a la puerta del despacho. Ambrosio abrió, dejó pasar al chico, y cerró tras de sí, permaneciendo a la espera fuera del despacho.

Vladimir estudió ligeramente al chico cuando entró por la puerta, mirando todo a su alrededor, como si estuviera visitando un templo. El joven lucía una indumentaria un poco extravagante, a la moda gótica actual, parecía el típico adolescente que soñaba con ser un vampiro como Drácula o Lestat. Su aspecto físico era normal, moreno, delgado, de pelo corto y en punta, con una pequeña mosca debajo del labio inferior. Al llegar al océano de papeles donde se encontraba el arzobispo, el chico extendió la mano, y dijo solemnemente:

- Buenas noches, mi nombre es Samuel, es un placer, su eminencia. - Parecía sobrecogido por la situación en la que se encontraba.

- Buenas noches, Samuel, mi nombre es Vladímir, y como sabes soy el Arzobispo de esta ciudad. - se limitó a decir, sin estrechar la mano de su interlocutor, en la que no había anillos ni pulseras, según observó.

Mantenía uno de los brazos con el codo apoyado en el brazo de su silla, con la mano cerca del rostro. La otra mano, sin embargo, permanecía por debajo del escritorio, cerca de diversas armas. El aviso de Ambrosio le sirvió para prepararse. Y aunque no le apetecía recibir a nadie, el hecho de que fuera nuevo le resultaba curioso. Además, entraba dentro de sus obligaciones, y no sabía si debía delegar en Giulietta, sabiendo que estaba "desaparecida". El chico se sentó sin más.

- Verá, su eminencia, he llegado esta misma noche a la ciudad, y supuse que sería correcto presentarme ante el líder. - el chico parecía mirarle con admiración.

- Haces bien, dime, ¿desde donde vienes? - Samuel pareció alegrarse de ser preguntado.

- Oh, llego desde Madrid, donde decidí abandonar a los míos, los "degenerados" como nos llaman habitualmente, y buscar una nueva oportunidad en un nuevo lugar, que hubiera abrazado recientemente al Sabbat, como yo. Tengo mucho que aprender todavía, pero las Tradiciones de la Camarilla son una atadura que no pienso aceptar en esta nueva vida - Vlad se extrañó ante el torrente de información no pedida, sin embargo, el entusiasmo del chico, sus gestos y su forma de hablar le hicieron pensar que se trataba de pura emoción, de pura necesidad de contar su historia, típica en algunos neonatos.

- Vaya, eso está muy bien, y te deseo mucha suerte. - sonrió levemente- Sin embargo, como ya te ha dicho Ambrosio, estoy ciertamente ocupado. Como ya hemos cumplido las formalidades, debo pedirte que te marches. Puedes preguntar a Ambrosio cualquier tipo de referencia que necesites de la ciudad, él sabrá aconsejarte.

El chico pareció dolido de que el Arzobispo se deshiciera de él tan rápido, sin preguntarle nada más sobre él. Pero sin más se levantó.

- Gracias, eminencia, por dedicarme unos minutos. Un placer. Espero que podamos volver a vernos - dijo dirigiendose hacia la puerta.

- Cuídate, Samuel, disfruta de lo que la ciudad tiene para ofrecerte. - cuando el chico salió, el Arzobispo volvió a sus libros.

Estudiaba el ritual de apertura del portal. Había conseguido, tal y como decía el libro, un objeto que pudiera seguir de portal, en su caso, un espejo de mano, de tamaño mediano. Ensayó el ritual, pero todavía no lo había perfeccionado totalmente. Requería que las palabras de paso, de un antigui dialecto de Arcadia, fueran pronunciadas por el practicante, pero no de cualquier manera. Éste debía comprender e interiorizar lo que significaba cada palabra, cada construcción, como si dicho dialecto fuera el suyo propio. Si no, las palabras carecían de poder alguno. Así que durante varios días estuvo estudiando las lenguas de Arcadia, y aunque hacía progresos, estos eran lentos. Sin embargo la curiosidad le azuzaban a seguir adelante.

Fuera, Ambrosio acompañó al chico hacia la salida, mientras éste hacia algunas preguntas sobre los lugares que todo cainita recién llegado a la ciudad debería visitar. Ambrosio respondía, el joven observaba los pasillos por los que caminaban, sin perder detalle, como si se encontrara en un museo. Ambrosio encontró graciosa la curiosidad del joven. Cuando llegaron a la puerta, se despidió sin más, y volvió a sus quehaceres.

Mientras tanto... tras el pequeño susto en el pinar Giulietta decidió cambiar la forma en la que estaba llevando las cosas. Aquella noche había aprendido mucho, a parte de que no debería ser tan descuidada cerca de un amanecer, se dio cuenta de que no quería convertirse en uno de esos antiguos matusalenes que pasaban los siglos lamentándose de los errores del pasado. Así que no mataría a Vladimir, aunque eso supondría otro tipo de problemas... y problemas nada buenos... cuando un miembro de su sociedad fracasaba en una mision sufría enormemente las consecuencias, pero cuando directamente se negaba a cumplir... Giulietta prefería no pensar en ello, ahora en lo que debía centrarse era en conseguir convencer a sus superiores en Roma de que les convenía que Vladimir siguiera con vida...

Así pasó varios dias, revisando toda la información que había reunído sobre Vladimir... solo que esta vez, la usaría para intentar salvarle.

Llevaba más de una semana dándole vueltas al tema, y no tenía gran cosa. No encontraba nada que a ojos de sus superiores sirviera para salvar la vida de Vladimir, aunque tampoco encontró nada que les hiciera desear su muerte... ¿Vykos? era la única pieza suelta, no entendía que tenía que ver un tzimisce como Sasha Vykos en los asuntos de una sociedad exclusiva a para los lasombra...

No podía quedarse de brazos cruzados, hacía ya varias semanas que tenía que haber confirmado la muerte de Vladimir a Roma, debía ponerse en contacto con ellos antes de que emprendieran acciones por su cuenta. Cogió el teléfono y marcó un largo número, un tono... dos....

- Valkas. - La voz de su sire al otro lado de la línea.

- Soy yo.

Tras unos instantes de silencio interrumpido por un suspiro se volvió a oir la voz.

- ¿Qué ha pasado? ¿Porque no has informado de la muerte del objetivo?

- Por que tras la investigación previa llegué a la conclusión de que no era necesario eliminar al objetivo para el cumplimiento último de la misión.

- Giulietta, ¿de que demonios estás hablando?

- Esta misión era para conseguir el control sobre la ciudad, ¿no? eso se puede conseguir sin matar al actual arzobispo. Está dispuesto a dejar el cargo, es consciente de que no está preparado para ocuparlo y estoy segura de que le cederá el puesto a quien queramos. - Estaba exagerando un poco la realidad, pero era la única opción que tenía.

- A nadie le importa lo que ese loco quiera - el tono de voz de Valkas era cada vez más severo - lo único que importaba era que muriera y por tu culpa aún está vivo.

- Pero...

- ¡Giulietta callate! - gritó silenciando a la mujer, tras unos segundos prosiguió - has sido relevada de la misión, quieren que vuelvas a Roma antes de que acabe el mes.

- ¿Cómo? ¿que van a mandar a otro? ¿a quién? ¿cuándo? - eso no era nada bueno.

- No es asunto tuyo Giulietta, ahora será otro quien se ocupe del asunto. Debes dejar toda la información que tengas del caso el la noche del 20 en un lugar llamado Cafeteria Herencia, y volver a Roma lo antes posible. Gracias a que en el pasado has sido más que eficiente serán indulgentes contigo, deberías sentirte afortunada.

¿Con que un sustituto...? eso ya lo veremos, con voz segura contestó:

- Está bien, haré todo lo que sea necesario.

Colgó el telefono y salió del despacho en busca de Dorian. Le explicó la situación, y el nuevo plan que había preparado para salvar el cuello y salir bien de la precaria situación en la que se encontraban. El joven no parecía convencido del todo, dudaba que el precipitado plan de Giulietta fuera a funcionar, aún así escuchó con atención y se dispuso a cumplir con su parte.

En primer lugar debía localizar al envíado de Roma, lo único que sabía de él era que sería un lasombra y que estaría a punto de llegar a la ciudad, si es que no estaba ya allí...

lunes, 4 de julio de 2005

Paranoia

El estado de Vladímir empeoraba día tras día.

La sensación de estar siendo observado y perseguido apenas le daba un respiro, e incluso en su descanso, soñaba con su acehador, cada vez más cerca de él, estrechando el círculo, apretando la soga alrededor de su cuello. Habia dias enteros en los que era incapaz de quitarse esas imagenes de la mente, y andaba siempre crispado y al borde de la crisis nerviosa.

Por tanto, había decidido no salir de su refugio más, alimentandose únicamente de su reserva de vitae embotellada, o de algun miembro de su escaso rebaño. Pasaba las horas resolviendo los asuntos del Arzobispado que podian solucionarse mediante correos electrónicos o llamadas telefónicas, puesto que tampoco admitía más visitas. Giulietta se encargaba del resto, y era la única, junto a Ambrosio, que le veía. La mujer pasaba de tanto en tanto a verle, observándole cada vez con más pesar por su demacrado estado mental, mientras intentaba, a veces inutilmente, sacarle de su estado de tensión permanente. Sin embargo, había desistido ya de que saliera del refugio, ya que la reacción de Vlad ante tal proposición era cada vez más brusca y desagradable.

Pese a todo, la relación entre ambos se había estrechado. Ahora podía decirse que eran realmente amigos, compartiendo horas de conversación y trabajo conjunto, hasta que Giulietta se hartaba de sus paranohias y se marchaba, dejándolo a solas, para volver dos o tres noches más tarde, con la vana esperanza de encontrarlo en mejor estado.

Sin embargo, las horas de estudio le rentaban. Había conseguido completar varios rituales simples, y hecho algun que otro contacto con el mundo feérico: abrir una ventana en el aire para observarlo, o hablar con alguno de los seres que lo pueblan, aunque por poco tiempo y con resultados irregulares. No cejaba en su empeño y seguía experimentando, compartiendo el entusiasmo de cada pequeño logro con Giulietta, quien sonreía y le animaba, aunque por dentro le diera lástima por su pobre alma atormentada, enloquecida y obsesionada.

Una noche, como tantas otras, Giulietta volvió al castillo tras visitar a Vladimir, el cielo estaba despejado y las estrellas iluminaban la oscuridad a su alrededor, por lo que la mujer decidió ir dar un rodeo y pasear por el pinar antes del amanecer. Pensaba en lo perturbado que estaba el arzobispo, lo que empeoraba cada día, en como ese estupido estudio sobre las hadas parecía ser lo único que aún le ataba a la realidad... en ese momento se dio cuenta de sufría al verle ese estado. Fue un duro golpe para Giulietta darse cuenta de que aquella fingida amistad y preocupación que mostraba era real, tal vez en el fondo lo siempre lo hubiera sabido... tal vez por eso le salvó la vida en la excavación, y ahora no hacía más que retrasar su ejecución... Sabía todo sobre el sistema de seguridad de La Salle, sabía como llegar hasta Vladimir sin que ni él mismo se diera cuenta y matarle en el más absoluto silencio... Giulietta por fin se dio cuenta, de que si no lo había hecho aún, jamás sería capaz de hacerlo...

Con estos pensamientos lidiaba la lasombra, paseando por el pinar durante horas, hasta que se dio cuenta de que la noche no era ya tan oscura... sobresaltada miró a su alrededor, como si acabara de salir de un trance. Está amaneciendo... comenzó a correr.

Estaba empezando a clarear, Giulietta miraba a su alrededor buscando algún sitio donde guarecerse, pero tan solo los arboles la rodeaban, apretó el paso, concentró su sangre para correr aún más rápido, consciente de que tan solo tenía un par de minutos hasta el amanecer. Empezaba a sentir calor... para un vampiro esta es una extraña sensación que tan solo tiene cuando está demasiado cerca del fuego, y según dicen algunos, antes de que tu propio cuerpo estalle en llamas.

Negó con la cabeza corriendo cada vez a más velocidad, ya estaba llegando al linde del bosque, desde allí sólo tendría que bajar la calle desierta hasta el castillo. Extendió los brazos hacía atrás para dejar que el abrigo cayera al suelo, estaba frenando su carrera.

Corría ya por el asfalto cuando el primer rayo de sol despuntó en el horizonte a espaldas de Giulietta, podía ver el castillo a escasos metros, pero estaba cansada... un último esfuerzo... tras bajar un poco la velocidad notó una punzada de dolor que la atravesaba, emitió un grito de dolor y aceleró presa del pánico.

Por fin, el castillo, frente a ella se alzaba la fortaleza que sería su salvación. Cuando estaba a menos de diez metros de la puerta esta se abrió y Dorian salió corriendo hacia ella, cuando Giulietta le vio sintió tal alivio que estaba a punto de desfallecer, el humano la cogió en brazos y entró al castillo cerrando la puerta tras de sí.

Estaba tumbada en el suelo intentando recomponerse mientras el joven la examinaba rápidamente, aunque algunas zonas su piel estaba ligeramente enrojecidas, estaba bien. Dorian pudo al fin respirar aliviado, mientras la llevaba a su habitación.

El joven estaba esperando a Giulietta junto a la ventana cuando la vió llegar, normalmente su señora volvía a casa con suficiente antelación al amanecer, pero aquella noche... eso ya daba igual, lo importante es que su señora estaba sana y salva.