viernes, 25 de marzo de 2005

Primer encuentro


Giulietta se encontraba ante las puertas de la gran iglesia.

Acababa de llegar a la ciudad, y pese a encontrarse aun un tanto perdida considero lo más oportuno presentarse al Arzobispo. Vestía un traje de chaqueta y falda ajustada hasta las rodillas color negro, zapatos de tacón, y su largo, negro y rizado pelo recogido, como de costumbre. Su rostro mostraba serenidad aunque sus ojos, tras las modernas gafas de sol con las que ocultaba el sobrenatural brillo de sus ojos, estaban alerta, al igual que el resto de sus sentidos.

Así pues se acerco a la entrada y llamo dos veces a la puerta. Los ojos del otro lado de la puerta se volvieron a la recién llegada.

- ¿Venís juntos? ¿Quien sois? ¿Y que desean?

Giulietta miro al hombre que se encontraba a su lado y luego se dirigió a la voz que le hablaba

- No, no venimos juntos. Mi nombre es Giulietta Strozzi y desearía concertar una audiencia con el Arzobispo. - su voz sonaba segura y tranquila.

Los ojos desaparecieron y la puerta se abrió.

Apareció Ambrosio, el sirviente de Vladimir, un hombre alto y delgado con la cabeza afeitada y vestido con traje negro.

- Puede usted pasar, señora.

Ignoró al hombre, ya que no se había identificado. Cerró la puerta y acompaño a mujer a la sala de espera por unos pasillos iluminados con luz eléctrica. Era una habitación iluminada con antorchas. Unos sofás y algunos sillones estaban situados en las paredes de fría piedra, mientras una pequeña mesa de cristal descansaba en el centro de la sala. La única abertura era una gran puerta de ébano tallada con motivos góticos.

- Espere aquí, el Obispo la atenderá en breve. - dicho esto, Ambrosio se retiro, dejando a la mujer sola.

Giulietta espero paciente en la antesala, vio los sillones y sofás a su alrededor, pero no vio oportuno sentarse ya que nadie se lo había ofrecido, por lo tanto aguardo.

A los pocos minutos, la puerta negra se abrió.

- Pase, por favor... - una voz melosa surgía del otro lado. La cainita entro en la sala con paso decidido, haciendo que, involuntariamente, sus pisadas hicieran eco en la sala a causa de los tacones.

La sala estaba iluminada por antorchas, y la mesa del obispo con velas. Había varios estantes con libros y objetos antiguos tras la mesa del Obispo. En las paredes libres había cuadros de personas extrañas e imponentes, con un motivo recurrente en ellos, el rojo sangre. No había sillas en la sala, así que la mujer tendría que permanecer de pie. Por suerte para ella, una alfombra amortiguaba sus ruidosos andares desde que entró en la sala.

El sonido de los tacones alteró al Obispo. Levanto la mirada de su libro y recordó como en vida, cuando estudiaba, le repugnaban en sobremanera las que iban con sus taconcitos haciendo ruido por toda la biblioteca, llamando la atención de los demás. En vida las hubiera torturado hasta reventarles los tímpanos. En la muerte... sería interesante pensar en una tortura...su posición le abría un amplio abanico de posibilidades...

Apretó los dientes y resopló, dejando el libro en la mesa.

- ¿En que puedo ayudarla...?- dijo, mirando a la mujer de arriba a abajo y deteniéndose en sus zapatos. Se le torció un poco el gesto. Tras la mujer, la puerta negra se cerró.

En seguida Giulietta notó que su presencia era non grata, pero como de costumbre, no le importo gran cosa, sabía que le gustara o no al arzobispo, ella estaba poniendo todo por su parte.

- Mi nombre es Giulietta Strozzi, acabo de llegar a la ciudad y he tenido a bien venir a presentarme ante vos. - mientras decía las últimas palabras inclino un poco la cabeza.

- Bien, bien. Si todavía no lo sabe, mi nombre es Vladimir, Vladimir Von Thremischeck, y soy el que maneja el cotarro este. Los malos, los perversos, etc - dijo parloteando, en un tono informal. Cruzó las manos y miró a la mujer a los ojos. - Decidme, habéis tenido a bien el presentaros a Marian, la príncipe? O renegáis de dichas formalidades? - Duro y a la encía.

Giulietta se quito las gafas de sol, sus ojos verdes brillaban de una forma fuera de los común, incluso para ser una vampiresa, y miro directamente al arzobispo.

- Simplemente creo que a la única persona a la que debo presentarme y... mostrar mis respetos es a vos, por lo tanto no, no me he presentado a la príncipe, y por el momento no tengo intención de hacerlo, aunque nunca se sabe...

Vlad no pudo evitar levantar las cejas al ver esos ojos brillantes. Siguió hablando, fijando la mirada en esos puntos de luz.

- Bien, entonces quizás nos llevemos bien - sonrió y se levantó, dirigiéndose a un armarito de un lado de la habitación. - Haré pues la pregunta de cortesía, y espero que su respuesta mantenga el ineteres de la conversación - tomó una botella de cristal de Baccará y dos copas del armarito. - ¿Que puedo hacer por usted?

Mostró la botella a la mujer. Su contenido era rojo oscuro y espeso.

- ¿Gustáis?

Parece que por fin he conseguido llamar su atención..., fue lo primero q paso por la mente de la vampiresa ante la reacción del arzobispo.

- Si, gracias. ¿Hacer algo por mi? bueno, creo que no, por el momento, me basta con que sepáis de mi presencia en la ciudad y obtener vuestro permiso para establecerme aquí durante una temporada...

- Claro claro, sin problemas. Ni que yo fuera un Principito de tres al cuarto y pudiera negarle sus derechos a la gente. - Dijo, mientras servía dos copas. Pero al extenderle la suya a la mujer, cuando la tomo entre los dedos, él siguió apretando. - Sin embargo, hay algo que si me gustaría que vos hicierais...

Intrigada la cainita no aparto ni un momento la mirada de los ojos del arzobispo.

- Decidme de que se trata y "tal vez" - con una entonación más aguda que el resto de la frase - esté dispuesta a complaceros... - Ambos vampiros sostenían la copa.

Vlad la soltó, y sonrió a la mujer.

- Bien, no es nada demasiado complicado, al menos de momento - Se dejó caer en la mesa, cruzó un brazo sobre su cuerpo y sorbió de la copa. - Pronto, va a empezar a haber movimiento en este agujero. Y quiero tener a todo el que pueda conmigo para propiciar la caída.

Acabo su copa de un trago y la dejo sobre la mesa

- Así que ya que tenéis a bien presentaros ante mí, quiero saber donde podre localizaros llegado el momento, y si estaréis dispuesta a luchar en la guerra que está por venir. - cuando termino la frase estaba al otro lado de la mesa, con los puños cerrados apoyados en la misma, mirando fijamente a su interlocutora.

Giulietta mojo sus labios levemente con el líquido de la copa, y tras dejarla sobre la mesa mostro a su anfitrión una picara sonrisa.

- Aun no he encontrado donde alojarme, acabo de llegar a la ciudad, cuando me instale os lo hare saber. Y en cuanto a prestaros mi colaboración... eso depende de lo que esta guerra me pueda aportar a mi sonrió con malicia, como comprenderéis nadie da nada por nada...

Su rostro se torció:

- ...si colaboras, quizás no me coma tu alma cuando pase este agujero infecto a sangre y fuego, pedazo de..

Se llevó una mano a la boca, sorprendido. Hizo un gesto con la otra mano a la mujer, pidiéndole que esperase. Se inclinó sobre sí mismo y se revolvió varias veces, con espasmos, durante un par de minutos. Se escuchaba un suave murmullo, el malkavian hablaba consigo mismo.

- Contrólate, maldita sea, ¿crees que puedes hablar así a la gente? Que qué puedo ofrecerle dice, le parece poco conservar su alma? Déjame, déjame matarla. ¡No no no! NO!!

Se sentó en el sillón con aspecto de estar cansado, y resopló con la respiración agitada. Se llevó una mano a la frente, y carraspeo ligeramente. Luego unió las yemas de los dedos de ambas manos delante de su cara.

- Bien, si hubiese algo que necesitarais, podríais pedírmelo y yo estudiaría si está en mi mano o no. Pero ya veremos cuando llegue la hora qué puedo ofreceros y qué necesitareis pedirme.

Giulietta no pudo evitar la sorpresa y la extrañeza que sentía ante la reacción del arzobispo, cuando estaba a punto de responder ante las amenazas de aquel ser, este callo pareciendo hablar consigo mismo, lo cual la detuvo. "Mmm... tal vez... es un tipo extraño, sin duda... en fin."

- Está bien, en ese caso parece que el tema está zanjado, por el momento nadie va a conseguir nada de nadie, así que esperemos pues al momento propicio... Ahora si me disculpáis, la noche me espera, y aun tengo que encontrar un lugar del que cobijarme de la luz, a no ser que haya algo más que necesitéis de mi.

La mujer saco sus gafas de sol e hizo ademan de ponérselas.

- Marchad en paz- dijo aun alterado el Obispo. Levanto el índice derecho. - No olvidéis informarme de donde os alojareis... - cerro el puño frotando el dedo pulgar contra el lado del índice - ni pasar por aquí cuando deseéis comentarme algo.

Al otro lado de la sala, la puerta negra se abrió. La cainita se puso las gafas, y tras una leve inclinación de cabeza, se despidió del obispo.

- No os preocupéis, en cuanto me instale seréis el primero en saberlo...

- Buenas noches.

Giulietta se dio la vuelta y marcho con andar ligero pero decidido haciendo el mismo ruido que hizo al entrar, pero esta vez sin ninguna sombra que la siguiera...

Cuando se cerró la puerta negra, el Obispo descansó. Se sentía agotado. Quizás fuera por esa vocecilla que tenia martilleando en la cabeza. Aun así, se percato del truco de la sombra de la mujer. Sonrió para sí mismo.

- ¿Así que una sombrillita? -cerró los ojos. Notó al antiguo obispo rebulléndose en su cabeza. - Espero que no tengáis una identidad de clan, o algo por el estilo, que te obligue a devolverme lo que le hice a uno de los tuyos, hmpf.

viernes, 11 de marzo de 2005

De vuelta al agujero


Apenas acababa de llegar, y ya le volvia a pesar el cargo sobre los hombros...

Vykos habia sido muy explicit@ con él en su visita. Todavia le dolian algunas costillas, y el alma. Despues de deleitarse con la tortura, le dio ordenes, claras y concisas.

Marian, vuestro lunatico favorito ha vuelto, y tiene ganas de jugar

Miraba a la llama de la vela que tenia en frente, mientras cruzado de brazos, de pie en el centro de la habitacion, recordaba..., recordaba como diabolizó al Sombrilla,y como disfrutó. Al recordarlo, penso que quizas podria preguntarle algo sobre Gestion y Administracion de Empresas Malévolas. Recordó a la setita, la fiesta que abandonó, y ciertos asuntos que podrian estar aun pendientes con ella. Recordó a la principe, que parecia disfrutar provocandolo... y quizas algun dia se quemaria. Recordó a aquella niña en la fiesta, y un escalofrio recorrio su espalda. Recordó a la violinista, y cerro los ojos cuando la melodia que tocó aquella noche volvio a su cabeza.

Aunque habia cosas que no queria recordar, las ilusiones y espejismos que habian jugado con él dentro de esas cuatro paredes, que le habian engañado.

Pero aquello habia pasado. Sabia este agujero perdido de la mano de Dios aún le podria reportar algo interesante. Abrió los ojos, apago la vela, y se dispuso a salir de caza. Quizas la sangre y la violencia frescas iluminaran su mente con los proximos pasos a seguir....