sábado, 1 de enero de 2005

Fiesta Año Nuevo 2005

Ya estaba todo listo para la fiesta, ya era la 1:00 los invitados estarían por llegar, las puertas abiertas, los camareros listos y los pocos amigos humanos que darían un mejor aspecto, tambien estaban allí, ahora era el turno de Savina, la anfitriona, para arreglarse y recibir a sus verdaderos invitados.

Sería alrededor de la una y media cuando paró ante el hotel un mercedes gris metalizado. El chófer salió de su interior y abrió la puerta de atrás, tendiéndole la mano enguantada a la figura que esperaba paciente en su plaza; la figura de una hermosa joven la tomó y descendió del vehículo, se acomodó un foulard entorno a los hombros y cogió la pequeña maleta que guardaba su violín para luego internarse en el edificio que se alzaba majestuoso en la acera. El conductor volvió a su puesto y el mercedes se alejó calle abajo con aquel ronroneo tan particular del motor.

El ligero taconeo trajo consigo una figura medianamente conocida a la sala, la dueña de la Herencia estaba allí. Lucía un ajustado traje rojizo largo que dejaba toda la espalda al aire y por delante un escote no demasiado exagerado. El pelo lo llevaba recogido en un moño detrás pero con un mechón cayendo sobre la mitad del rostro, como siempre. El toque elegante lo daban sin duda sus cuidados andares sobre las discretas sandalias y el brillo de sus joyas.

Echó una ojeada a la sala y no encontró ningún rostro que le sonase, ni siquiera la anfitriona estaba por allí aún, ¿demasiado pronto, quizá? Miró el reloj y se cercionó de que ya pasaba bastante la una, hora que ponía en la invitación... Con un gesto de disgusto se dirigió a una camarera y le pidió una copa de Baileys aún con la pequeña maleta en la mano.

Salvina ya estaba lista, era un poco tarde, y eso no le gustaba. La puntualidad sin duda era algo de muy buen gusto, sobre todo para una anfitriona. Bajo por las escaleras y se dirigio al salon.

El vestido color champan resplandecía con las luces de la sala, el pelo rojo caia en diferentes bucles por la espalda descubierta hasta casi el coxis, el escote de cuello atado, las sandalias de alto tacon y atadas al delicado tobillo, asi hizo su aparición.

Muchas caras conocidas, sobre todo mortales, ellos siempre llegan tempano.

Siendo ya la hora tardía, como acostumbraba la Príncipe a llegar a todas las reuniones sociales, hizo aparición por las puertas de la sala. Nadie pareció percatarse de su llegada, ni ella tampoco lo quería. Pasó desapercibida practicamente entre una cálida y viva multitud de ignorantes humanos. Vestida con un traje de chaqueta negro al estilo italiano, con delgadas líneas blancas y solapas anchas. El pantalón ajustado y ceñido lo justo para no hacerle perder la gracia en sus movimientos. Bajo la chaqueta, la blanca piel en contraste con el color oscuro de la chaqueta. Un elegante sujetador de diseño negro atado al cuello resarcía su figura completado con una corbata negra. El pelo lo llevaba recogido en un discreto moño. Ninguna joya adornaba su cuerpo salvo un anillo plateado con una piedra negra en su dedo índice derecho. Examinó levemente la sala, vio algun rostro conocido, pero no vampírico:

Quizás me haya alimentado de algunos de vosotros, pensó.

Salvina se acercó a la principe. Que menos, ella era la anfitriona y la otra la mandamas de la ciudad, por mucho que esta noche quisiese divertirse, no tenia más remedio que seguir las normas impuestas por la etiqueta.

- Buenas noches señora, bienvenida sea - hizo una pequeña reverencia con la cabeza- Espero que todo sea de su agrado y que su estancia en mi "casa" le sea satisfactoria.

- Saludos. No os preocupeis, procuro no ser muy exigente. Disfrutaré, creo, de vuestra fiesta -.

Obviamente la Príncipe esperaba que la saludaran a ella primero, si quería seguir manteniendo el favor neutral de la Camarilla. De otra manera, se hubiese sentido algo ofendida. Siguió mirando por detrás de su anfitriona en busca de otros "invitados" de la estirpe. Quería saber que tipo de fiesta se le avecinaba.

- Todo esta preparado con un gusto y una delicadeza exquisita, le felicito mademoiselle -

- Tambien la felicito y le pido disculpas por haberle pedido que tuviese en cuenta las normas de etiqueta a la hora de vestir, está claro, que aunque algo androgino, su estilo de vestir es impecable, esta usted completamente maravillosa.

El uso de la palabra andrógino le resultó ofensivo a la Príncipe:

Esta claro que la delicadeza ni la sutileza es lo suyo, pensó.

Había otras palabras que podía usar para decir lo mismo sin pretender ofenderla. Se sentía confundida. No sabía si hablaba con alguien lo suficientemente tonta como para enfrentarsele, o lo suficientemente poderosa como para hacerle frente... Creía más bien que era despistada o simplemente imprudente.

- Gracias, si es que eso es un halago. Bueno, no quisiera acapararla, otros invitados desearán que usted les salude también -.

Le enervaba hablar con la setita. A la príncipe le gustaba dejarse llevar por sus sensaciones y sus instintos, pero esta mujer le hacia pensar, parar para recapacitar, y era odioso. Prefería hablar con otros, y en estos momentos estaba buscando a otras persona, a cuatro en especial. Esperaba que fueran invitados, o al menos que se llegaran (incluso sin invitación) como sería propio de alguno. Miró por encima de las cabezas de los mortales, y no creyó ver a ninguno de aquellos a quien buscaba, así que decidió seguir caminando entre las inocentes carcasas vivientes que bebían, hablaban, reían y festejaban sin saber que eran corderos en una fiesta de lobos...

Durante unos minutos, Clarisse observó a la Príncipe, mientras mantenía conversaciones banales con algún mortal o cainita (no podia estar segura puesto que aquella noche se habian impuesto normas del Elíseo), aun sin prestarles demasiada antención. Cuando vio que Marian quedaba libre y comenzaba a vagabundear por la sala, se acercó a ella.

- ¿Me disculpa un momento?

Se acercó a la Príncipe y la saludó como requería el momento.

- Buenas noches, Excelencia.

Siempre saludaba de la misma manera así que, aunque Marian estaba de espaldas, sabía perfectamente que a ella se dirigían y al volverse reconoció a Clarisse.

- Muy buenas noches a partir de ahora, querida - Respondió con tono irónico pero dulce la gangrel-.

Al darse la vuelta no se sorprendió de ver allí a Clarisse, imaginaba desde que le saludara que era ella. Era como un saludo característico, pero poco apropiado para su extraña relación. La toreador estaba radiante, bueno, más bien, ella era radiante. Siempre estaba exquisitamente vestida, perfectamente arreglada y conjuntada. Su pelo sin alborotar, sus suaves labios perfectamente delineados, etc. Era un completo ejemplo de perfección en lo que a belleza correspondía. Aún recordaba su conversación del otro día, y, aunque no pretendía hacerle daño, si querís sacar algo más, así que procuro retomar ciertas cosas:

- Obviamente esperaba que fueras invitada a una fiesta de este nivel, pero no esperaba que vinieras sola. ¿Acaso no os fiabais de presentar en sociedad a vuestra, como llamarla, protegida?

Clarisse iba a responder, cuando algo les hizo volver su atención hacia la puerta de la estancia. Una figura delgada y alta, medio oculta entre las sombras de la puerta, esperaba a que un mortal, sudoroso y aterrorizado, cumpliese el papel que el extraño le habia impuesto.

- ¡Damas y Caballeros, requiero su..su atención! - el mortal miraba a su alrededor con los ojos desencajados, y sudando copiosamente, como si no fuera dueño de si mismo. - ¡Ante ustedes, su Excelencia, el Arzobispo de la Ciudad, el señor Vladimir Von Thremischeck!

Acto seguido, el hombre cayó al suelo y vomitó. Sus supuestos acompañantes a la fiesta se acercaron a él, formaron un corro, y al poco se lo llevaron fuera. Las puertas se cerraron tras la figura, que por fin, se mostraba completamente. Los que eran capaces de distinguir una ruptura de las normas del Eliseo le observaban. El resto se preguntaba qué habia pasado, y pronto volvieron a sus copas y conversaciones, pensando que sería la payasada de algún borracho.

El Arzobispo, sonriente y con las manos en los bolsillos del pantalón, vestía un descarado traje color rojo sangre, zapatos negros, y una camisa a juego con estos, que sin corbata y algo abierta, dejaba entrever su pálido y lampiño pecho. Llevaba unas pequeñas gafas cuadradas de montura fina, tras las que sus inquietos ojos estudiaban la escena.

La anfitriona se acercó rápidamente a Vladimir, haciendo un gesto a uno de los camareros.

- Buenas noches señor, al final decidió venir,y eso es suficiente, espero que todo sea de su gusto, incluso la compañia. Si necesita algo, cualquier cosa, ya sabe, pidamelo. Espero, eso sí, que tenga a bien respetar las normas del Elíseo que reinan aqui esta noche.

Cogio una copa de la bandeja que el camarero traia, bebió un trago y se entrego en mano a Vladimir, con una sonrisa pícara.

- Creo que debería hablar con Mariam, seguro que esta impaciente.

- No tanto como vos y algún cainita más, ansiosos del espectáculo - espetó el Arzobispo. - Gracias por la invitación. - dijo antes de besar delicadamente la mejilla de la cainita mietras acariciaba la otra con su mano libre.

La mujer quedó sorprendida por el saludo que le dedicó el Arzobispo, que ya se encaminaba hacia la Príncipe, con paso firme y decidido. Cuando llegó hasta ella, realizó la reverencia más pomposa y ridícula que pudo, burlándose de ella y sus costumbres de la Camarilla.

Realmente la mera figura de aquel pervertido asqueaba a la Principe. La simple silueta tan elegante, pero que a ella le chocaba, le resultaba repugnante. Procuraría mantener una conversación lo más civilizada posible con él solo por respeto a Salvina, otro personaje que odiaba en exceso, pero así era el mundo de los Vástagos, lleno de apariencias y mentiras.

La Principe simplemente estiró la mano hacia el arzobispo con el reverso hacia arriba:

- Podéis besarme la mano - Hizo un gesto despectivo y casi de desprecio mirando a la cara de aquel asqueroso personaje -.

Miró de arriba a abajo al atuendo del recién llegado. Examinando cada prenda y cada detalle de este. Prefirió recoger la mano que habia extendido hacia él:

- No, mejor no, no sea que intentéis morder, podría ser el fin de nuestra hermosa amistad. - Se acercó lenta y suavemente al arzobispo que se incorporaba y le dio dos besos, uno en cada mejilla - Estaba deseando veros aquí, la fiesta no hubiera sido igual de divertida sin su presencia, querido -.

El Arzobispo aspiró el aroma del pelo de la cainita cuando la tuvo cerca. Olía a animal. Sin perfumes ni artificios propios de estas ocasiones. Olor a tierra, campo, y animales. Y algo superior, mucho más terrorifico y a la vez tentador. No, no pudo reprimir que su Bestia interior se revolviera, al tener tan a su alcance el cuello de su rival. Tenía a apenas dos dedos su objetivo. Abrió la boca, mostró sus colmillos en toda su extensión y jadeó al oído de la Príncipe.

- ¿Os gusta jugar, Marian? ¿O actuas para la galería? - su tono de voz era grave, casi gutural. Sus ojos volaban por la sala, mirando a los invitados que les observaban descarados. Cuando se daban cuenta, miraban a otro lado - Podría enseñaros algun que otro juego. - Deslizó sus dedos por la cintura de la Cainita. - Y otros que empiezan con un Beso. Decidme ¿no pensais que sería facil, que ahora mismo, rompierais la paz del Eliseo, me besarais y acabarais conmigo? Vuestros problemas, esfumados, de un plumazo.

Ella se apartó, y respondió altiva:

- No os preocupéis, ese beso sería más propio de vuestra "asociación". Simplemente os he dado dos besos como un saludo informal, tampoco deseaba importunaros con saludos aristocráticos ni ridículas reverencias - Siguió mirando intensamente a los ojos del Malkavian. Descubrió que este miraba ansioso el cuello. Decidió juguetear por él con sus dedos y un mechón de pelo, marcó claramente las venas de su cuello con un suave esfuerzo y prosiguió - Esas reverencias y demás gestos me parecen medievales, muy anticuadas para la sociedad moderna en que vivimos, debemos adaptarnos, joven, si no ¿que sería de nosotros? -.

Siguió jugueteando con su pelo alrededor de su cuello, lo arañó suave y delicadamente con una de sus uñas, y prosiguió jugueteando. Seguía mirando fijamente al Arzobispo, cuando de repente vio a Salvina hablando con una niña que no parecía tener más de catorce años. Hizo un pequeño corte con su uña en en su propio cuello y dejo que brotaran algunas gotas rojizas de sangre:

- Uy, que descuido, espero que me perdonéis - Agitó la mano levemente haciendo que alguna gota salpicara de su mano a la cara del Arzobispo - Cuanto lo lamento, ¿os he manchado? -.

El rostro de Vlad estaba desencajado. Saco el pañuelo del bolsillo de la chaqueta, y se limpio la cara. Tiró el pañuelo a los pies de la cainita, y se retiró sin más, buscando el servicio de caballeros.

Entró y emitió un rugido de ira más propio de una bestia que de un ser humano. Se vió en el espejo, desencajado, agitado, fuera de sí, y volviendo a gritar, dio un cabezazo al mismo, que se resquebrajó. Comenzó a sentir la sangre correr frente abajo, y se puso una mano en la herida. No podía mancharse. Tomo la toalla del lujoso lavabo y la apretó contra su frente, mientras hacia un esfuerzo por calmarse y detener el flujo sanguineo.

Escuchó un ruido. Un joven salía de uno de los baños, con la cara desencajada del miedo. Hizo gestos como intentando decir "aqui no pasa nada, yo no he visto nada". Pero era demasiado tarde para él. Lo agarró por el cuello de la camisa, tapó su boca con la toalla, y bebió de su cuello hasta matarlo. Su Bestia aceptó de buen grado el sacrificio. Cuando terminó con él. Lo dejó en el baño en el que habia entrado, y cerró la puerta. Se asomó a las puertas del servicio y avisó a uno de los empleados del lugar.

- Os he dejado un regalito, limpiad si no quereis problemas con vuestra señora, -dijo mientras salia de la sala y dejaba al probre infeliz con el pastel.

Mientras tanto, en la sala, Clarisse interpretaba una delicada pieza en su violín. Marian la observaba, pensando que aquel arzobispo parecía no poder aguantar la más mínima provocación. Sería divertido, aunque peligroso, jugar con él. Decidió dejar de pensar por unos momentos, y concentrarse solamente en disfrutar aquella pieza musical que sonaba.

Vladimir volvió discretamente a la sala de fiestas, viendo que todo el mundo observaba a la artista, y sin darse cuenta tropezó con algo. Una niña, pequeña ¿como era posible, allí? La niña le devolvió una mirada llena de miedo, pero Vlad solo sentía reproche en sus ojos. No se percató de que Salvina estaba con la niña. Ésta se agachó para cogerla en brazos.

- ¿Quieres que te presente a ese caballero? Seguro que él estaría encantado de conocerte.

La niña apenas asintió mirando a Salvina durante un instante, y volviendo a fijar sus ojos en Vladimir, que estaba simplemente paralizado.

Marian disfrutaba de la música. Por un momento, volvió a echar un vistazo a aquel pobre diablo del Arzobispo que había escapado apresuradamente de su presencia. No muy lejos de él, vio a May, su joven "ahijada", rodeada de imponentes vástagos. Supuso que Salvina la había invitado.

Esa zorra. . . pensó.

Decidió acercarse para explicarle que ocurría, cuando vio a Salvina acercarse a la niña y tomarla de la mano después de hablar bervemente con ella. Vio que la acercaba al arzobispo, y su cara mudó a la preocupación. Hizo un gesto a su contacto en esta noche para que siguiera de cerca también esa escena y decidió acercarse sin inmiscuirse ella misma.

Vladimir seguía paralizado. Los enormes ojos de la chiquilla le tenian clavado sobre sus pies, sin poder moverse, mientras un torbellino de voces infantiles, víctimas de la edad de esa chiquilla, le juzgaban y mandaban su mente a la hoguera. Intentaba callarlas, pero era como si el acusado en un juicio inquisitorial se levantara para clamar por su inocencia ante una multitud que era juez, jurado y verdugo, y que ya habia decidido la condena.

La pequeña miró al hombre de rojo temblando, ¿que le pasaria? Parecia como si se estuviera agarrando a algo que no queria que se le escapara

- Señor...¿se siente bien? - le pregunto mientras volvía a mirar a Salvina.

De repente, el Lunático estalló en carcajadas histéricas. Se tapó la boca, y miró a la niña, con una sonrisa en sus labios, y la cogió en brazos. Al principio Salvina se resistió, pero una sola mirada a sus ojos le hizo cambiar de opinión.

- Sí, estoy perfectamente, estaba pensando en otras cosas, perdoname por haberte asustado. -Acarició la cara de la niña- dime preciosidad, ¿cómo te llamas?

- May, - unica respuesta de la niña, que miraba a Salvina, algo incomoda, que trataba de calmarla con su mirada. No tenía ni idea de qué podria pasar en ese momento por la cabeza del Arzobispo, pero prefería pensar que nada bueno.

La pieza de violín terminó, y Vladimir miró a la artista. Se concentró en ella, y se dió cuenta de que era una cainita. Dejando a la criatura en el suelo, preguntó a Salvina por ella.

- No es de la orquesta, no la conoce, es una Toreador bien conocida por casi todos, tal vez por su condición de primogénita.

Tomó una de las copas y se la dio a la niña, la otra la tomó ella y sorvio un suave trago, sus labios quedaron algo manchados de rojo, limpiadolos esta con la lengua, despues sonrió.

- May, este señor, es Vladimir, un conocido el cual espero poder considerar un amigo. - dijo acariciando el cabello de la chiquilla. La trato de amiga como un intento de darle seguridad, por lo menos durante algun tiempo. Sabía que si la principe la había visto tan perdida como ella el día que la llevo al Eliseo, seguro que la niña estaría bajo su tutela, y no convenía avivar las llamas por un niño. Le ofreció la copa.

- Bebe anda, te hará bien.

Vladimir, por dentro, seguía luchando contra sí mismo. Habia conseguido aparentar algo de tranquilidad, pero su cabeza estaba en un estado completamente opuesto. Aquella niña le estaba volviendo más loco. La niña lo observó, como quien mira una estátua abstracta. Sentía como parecia que estaba teniendo una espécie de crisis nerviosa, no dejaba de temblar.

- No tengo sed, gracias - le dijo la pequeña a Salvina con amabilidad, estaba más interesada en ver las reacciones del arzobispo.

La escena captó toda la atención de la Príncipe. Clarisse pasó, involuntariamente, a un segundo plano en su mente. La orquesta habia terminado de tocar y Clarisse incluso había saludado al público, pero sus pensamientos estaban ocupados en lo que pudiese sucederle a la pequeña May. Clarisse era algo más que su amiga, pero podía defenderse a si misma de sobra, sin embargo, May podía resultar frágil rodeada de arpías y demonios. Aunque la chica parecía desenvolverse bastante bien, seguía siendo una inocente marioneta en las manos de hábiles jugadores. Siguió mirando desde cierta distancia aquella situación, no quería ser más maleducada aún en la fiesta de su anfitriona, pero estaba presta a entrar en acción si fuese necesario. Salvina contaba de momento con su última oportunidad, un único voto de confianza de la Príncipe para aquella mujer traicionera.

- Bueno, si no tienes sed, ve a ver a la Principe y ofrecesela, seguro que ella acepta el detalle.

De esta forma podría quitar a la niña de enmedio, demasida distracción para sus intereses. Se puso de pie y se volvio hacia Vladimir.

- La niña tiene razón, no tiene buena pinta, ¿le orcurre algo? ... ¿me escucha?

Los pensamientos del arzobispo no estaban en la conversación y eso le preocupaba.

La niña fue con la copa hacia la Príncipe que estiró una mano y agarró a May por los hombros, estrechándola en su regazo. Un cálido abrazo ligero y comedido.

- Menos mal que has venido, ¿estás bien? - Tomó un poco de aire, y prosiguió - Gracias, pero no apetezco nada, procura no volver a acercarte a ese hombre, es despiado como aquellos garou que te expliqué. Toma lo que quieras, y demos una vuelta juntas -.

Paso una mano desde su hombro izquierdo al derecho, en su espalda, y la empujo suavemente para comenzar a andar.

- ¿Como es que estas aquí? -.

Ahora su preocupación se centraba en buscar a Clarisse, había interrumpido la conversación con ella, y la había dejado sola. Sentía una amarga tristeza por aquel gesto, pero no quería dejar a May sola.

Cuando la setita despidió a la niña, Vladimir la siguió con la mirada, hasta que se perdió en la multitud. Volvió la mirada a Salvina, y sintio como si alguien le hubiera quitado un peso de encima.

- Le agradezco el detalle. Los niños no son "mi fuerte". De hecho, me sacan de mis casillas...

Pidió una copa para ella y otra para él. Tomó un sorbo de la suya, y preguntó:

- Espero que mi presencia aqui no sea un lastre para el buen devenir de su fiesta..Supongo que habra quienes no esten demasiado comodos con alguien de mi rango y condicion caminando por aqui.

Intentó sonreir, pero los nervios que todavia conservaba hicieron de esa sonrisa una mueca deforme. El hecho de que aquella escena hubiera llamado la atención de toda la primogenitura y cainitas presentes le ponía aún más nervioso.

- ¿Se siente usted incomodo con la presencia de la principe? Al fin y al cabo es su polo opuesto, debería tranquilizarse, aquí nadie esta comodo del todo, ni siquiera yo, hay demasiadas pautas que seguir y normas que no romper, uno no puede actuar sin pensar dos veces que decir o que hacer, así ha sido siempre y así seguirá.

Ahora era obvio que el obispo no se encontraba en buenas condiciones, ¿demasiado estrés? quien sabe.

- Desea retirarse de la fiesta un momento a relajarse, no lo veo como siempre, si lo desea puede ir a mi habitación.

Tomó la copa que le había pedido el Malkavian y bebió esperando una respuesta.

- Temo que no pueda responder a vuestra invitación, pero creo que ya he hecho demasiado hoy aqui, y no creo que nada haya salido muy bien. Si me disculpais, me retiraré ahora, ser el centro de todas las miradas en casa ajena nunca me ha sentado bien. Espero que podamos continuar esta conversación en otra ocasión.

- Comprendo vuestra decisión, y espero que algun día tengais a bien visitarme, Arzobispo. ¿Deseais que os acompañen a la salida? Tengo más menesteres que atender...

- No será necesario, muchísimas gracias. - Inclinó la cabeza hacia la cainita, y se ajustó las gafas.

Se marchó a pasó ligero de allí, aun sintiendo las miradas en su nuca y las voces en su cabeza. Habia estado a punto de perder los papeles por una niña, y la Príncipe le había provocado, o casi desafiado, y en público. Necesitaba salir fuera. Salió algo aturdido, y tropezó con un joven vestido con unos vaqueros y una camiseta.

- ¡APARTA, CHUSMA! - le espetó al empujarlo para apartarlo de su camino.

Continuó caminando, hasta llegar a su refugio. La fiesta de Salvina terminó un par de horas después, cuando los cainitas, sin el espectáculo que ya habian presenciado, decidieron que la celebración habia perdido su atractivo.

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